La ausencia que consume y el vacío que pesa en el alma.
Nuevamente me hundo en la agonía, pero ahora ya no estás aquí para ayudarme a salir de esta fosa oscura. Quisiera gritar, mas mis cuerdas vocales no producen vibración alguna; mi voz yace muerta. Me siento vacío, débil, y me hundo cada vez más, más profundo. ¡Ayúdame, te lo imploro! ¡No puedo más!
Siento que mi alma se desprende de este mundo, que mi cuerpo desfallece. ¿Qué hacer con esta agonía? ¿Qué hacer con estos sentimientos? Son preguntas que resuenan en las paredes de mi habitación, que rondan en mi mente y me roban el sueño.
¿Qué será de mí sin ti? No lo sé. ¿Qué será de ti? Esa es la pregunta que me atormenta cada noche. En muchas ocasiones, siento el impulso de llamarte o escribirte, de preguntarte cómo estás, de decirte lo siento, de confesar que te extraño, que te necesito, que necesito verte. Pero la cobardía de enfrentarte, el miedo a dar la cara, son los que me detienen. No sé cuántos días, cuántas noches, cuántas madrugadas más me tomará reunir el valor para hablarte.
Esta agonía me consume lentamente, esta sensación de vacío me destroza por dentro. No sé qué hacer, o tal vez sí lo sé. Esa es otra pregunta que no me deja dormir. ¿Por qué esta cobardía? ¿Por qué este miedo? ¡Ayuda! No deseo abandonar este mundo sin obtener una respuesta clara, sin atar los cabos sueltos, sin besarte una última vez.
Besarte, acariciar tu cabello, rozar tu piel, era aquello que me alimentaba, lo que me daba vida. Cuánto daría por regresar a aquellos tiempos en que una caricia me elevaba al cielo. Ahora, sin rumbo fijo, mi mirada se pierde en el horizonte. Mis días ya no son los mismos; mi vida es tan vacía que vuelvo a hundirme en la agonía.

